El Espectador/ Editorial |Colombia, 10 Oct 2010 -
EL PREMIO NOBEL DE LA PAZ QUE acaba de ganar el encarcelado disidente chino Liu Xiaobo es un muy justo reconocimiento a un luchador que se ha jugado con todo su "larga y pacífica lucha por los derechos humanos y fundamentales en China", como lo reconoció el Comité Noruego al anunciar el resultado.
La airada reacción del gobierno chino al considerar una “obscenidad” su concesión demuestra hasta dónde el tema tocó fibras más que sensibles dentro del gigante asiático.
A pesar de que en la historia de los premios Nobel de la Paz se ha presentado uno que otro “descache”, como en los casos de Teddy Roosevelt y Henry Kissinger, para citar dos ejemplos, y otros algo “biches”, como el del año pasado a Barack Obama, la mayoría de los galardonados han dedicado su vida a luchar contra las condiciones de opresión, violencia, discriminación o guerra que padecían. Muchos afrontaron la represión o el encarcelamiento por asumir la vocería de quienes no tenían voz. De allí que “sus” gobiernos, sin importar el ropaje ideológico, optaron entonces, como hoy lo hace Pekín, por rechazar la designación. Baste recordar los casos de la líder del movimiento en favor de la democracia en Myanmar, Aung San Suu Kyi, quien todavía se encuentra en prisión domiciliaria por parte de la junta militar que gobierna el país con mano de hierro; del disidente soviético Andrei Sajarov o Lech Walesa; ninguno de ellos, como sucederá con Liu Xiaobo, pudieron acudir a recibir personalmente el merecido reconocimiento.
Xiaobo participó activamente en las grandes protestas de Tiananmen (4 de junio de 1989), movimiento que fue reprimido de manera inmisericorde por las autoridades chinas y acerca del cual se desconoce aún el número de muertos, que el gobierno cifró entonces en algunos cientos. Desde ese momento selló su destino al ser condenado a 20 meses de prisión y quedó en la mira de un Estado que logró impresionantes cambios en materia económica, convirtiéndose en una de las locomotoras del mundo, pero que ha mantenido la postura radical de conservar un régimen autoritario en materia de libertades y derechos humanos. De ahí que cualquier movimiento en favor de un cambio en este campo haya sido reprimido con toda la fuerza posible por las autoridades comunistas. Y, como reza el adagio popular, si por la plata baila el perro, muy pocos gobiernos en Occidente se atreven a ponerle el cascabel al gato y cuestionar el oscurantismo político de Pekín so pena de perder la relación favorable, en lo económico y comercial, con la gran potencia del siglo XXI.
Liu, de 54 años, es un antiguo profesor universitario y escritor que promovió la elaboración de un gran manifiesto por la libertad y la democracia, conocido como la Carta 08, que fue firmado por un significativo número de intelectuales en su país, aun a costa de su seguridad personal. La misiva pide cosas tan “absurdas” como una democracia legislativa, la separación de poderes, un sistema judicial independiente, así como libertad de asociación, religión y prensa, pues “la democratización de China no puede ser aplazada más tiempo”. Por este motivo se le condenó en diciembre pasado a 11 años de prisión, por “incitar a la subversión del poder del Estado” y le han conferido a Xiaobo la categoría de “radical y separatista”, siendo ésta la pena más larga impuesta en China por este motivo.
Algunas importantes felicitaciones no se han hecho esperar, entre ellas la de Vaclav Havel y el Dalái Lama, así como una muy sorpresiva y significativa: la de Barack Obama, quien instó a Pekín a liberar al galardonado, al que considera un “portavoz elocuente y valeroso en favor de los valores universales”. Sería de esperar que pasada la efervescencia y el calor del momento actual las autoridades procedan a liberar a Liu Xiaobo y abran realmente un debate sobre este importante cambio estructural, pues la grandeza y fortaleza de China no sólo será medida a futuro por sus logros económicos.
Elespectador.com
lunes, 11 de octubre de 2010
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