Editorial para la Revista Eje 21. 17/12/2010.
Qué drama el que vive Colombia con las inundaciones que han puesto bajo agua zonas pobladas y cultivos, arrasado vías y caminos, desplazado comunidades enteras y comprometido las actividades y otras fuentes directas de ingreso de tantos colombianos, en su mayoría de comunidades rurales y de pobres que habitan los escenarios periurbanos, además de pérdidas de cosechas enteras de fértiles suelos en sabanas y valles anegados, aguas abajo de la zona andina y en su propio seno.
Son dos millones los afectados y billonarias las pérdidas, unas y otras consecuencia de un modelo de desarrollo, tan cruzado por el carácter de deuda de la corrupción, la improvisación y la irresponsable deforestación de nuestras cuencas, como de pasada por el agua lo está el desastre que vivimos y cuya causa empieza en las del calentamiento global, pero igualmente involucra otras relacionadas con los conflictos entre uso y manejo de nuestros suelos, el ordenamiento territorial y la falta de una planeación que involucre la dimensión del riesgo y los asuntos de la pobreza.
Respetar las laderas naturales, los cauces de los ríos y los bosques, construir viviendas y vías seguras, entender los procesos de la Madre Tierra antes que pensar en doblegar la Naturaleza a nuestros propios antojos, es optar por la alternativa de una adaptación a las amenazas de segundo y tercer orden -como lluvias y como deslizamientos o inundaciones respectivamente-, porque sabemos que mitigar el calentamiento global y por lo tanto actuar sobre la causa primera, conduce a una problemática no fácil de resolver por razones como las que se enfrentan en eventos como la Cumbre de Cancún de la semana anterior: en el tema lamentablemente pesa más el crecimiento económico que otras consideraciones que afecten el consumo como las condiciones de pobreza y la calidad y seguridad del hábitat.
Si en el terremoto del Eje Cafetero del 99, las cuentas de los daños causados en un lapso de 40 segundos sumaron U$ 2 mil millones y se concentraron en ciudades como Armenia y otros escenarios vecinos, ahora las pérdidas tímidamente estimadas en U$ 5 mil millones son las que se han acumulado gradualmente durante semanas a lo largo de la geografía nacional, gracias a un fenómeno de lluvias exacerbadas por La Niña durante la segunda temporada invernal del año.
Y entonces, conforme vallamos saliendo de la fase de emergencia, vendrá una reconstrucción tan compleja como el desastre, ya que a diferencia de lo que ocurre con las construcciones en caso de terremoto en el que se reconstruye con acero de refuerzo, para el caso que nos ocupa se trata de poblados enteros en bajos topográficos, meandros y riveras arrancadas a los ríos, y cuencas absolutamente deforestadas para dar paso a una potrerización improductiva sobre laderas de fuerte pendiente, las mismas donde tala, quema y azadón sirvieron para marcar el inicio de los procesos de erosión y descontrol hídrico y pluviométrico que ahora arruinan la Patria.
Gonzalo Duque Escobar
viernes, 17 de diciembre de 2010
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