Desde que le propuse en 1998 a Ana Mercedes Gómez escribir una columna semanal para El Colombiano se inició un período muy fructífero de mi vida como periodista. Luego le presenté la misma idea a El País de Cali, a Vanguardia Liberal en Bucaramanga y al Universal en Cartagena y se sumaron el Heraldo, Portafolio y La República. A través de Colprensa también se publica la columna en periódicos de otras ciudades.
Nunca hicimos un contrato para formalizar la relación con estos diarios y solamente uno de ellos paga por los artículos una suma nominal. Pero se estableció un compromiso con el que se cumplió de parte y parte todos estos años. De parte mía, el compromiso es que les llegue el artículo de 600 palabras cada sábado antes de las 11:00 de la mañana, lo cual me ha obligado a acostarme temprano los viernes (o a sufrir las consecuencias) y a pensar toda la semana en el artículo del domingo, que tengo que escribir al día siguiente de haber aparecido mi otro artículo en El Tiempo. De parte de ellos, el compromiso ha sido haberme dado plena libertad para escribir, y la he ejercido con mucha responsabilidad.
He valorado a tal punto esta relación que cuando en otro medio me ofrecieron un generoso contrato para escribir y asistirlos en su labor periodística e investigativa decliné la atractiva oferta, porque implicaba renunciar al espacio y la libertad que me brindaban los medios para los que he colaborado en la forma descrita.
Esta relación ha funcionado sin contratiempos ni conflictos. Una sola vez me llamó durante todo este tiempo Ana Mercedes Gómez a pedirme que cambiara un artículo que había escrito a favor de un candidato para la alcaldía de Medellín porque el periódico había decidido no tomar partido editorial en esa contienda electoral. Respeté sus razones y cambié el artículo, pero no el contenido, suprimiendo los nombres de los candidatos a los que se refería, y ella lo publicó.
La actitud tolerante y abierta de Ana Mercedes en un periódico conservador puro, para utilizar un calificativo que está de moda, ha sido un elemento crucial en la transición de El Colombiano de un periódico parroquial a un medio moderno y pluralista. Lo hacía a uno orgulloso de ser parte de su equipo de colaboradores.
Pero ya dejó la dirección de El Colombiano, y quien la esté reemplazando parece estar empoderado para destruir su obra. Le cambiaron un editorial y lo publicaron sin haberle consultado a ella los cambios. A mí me colgaron una columna sin avisar, por decir que el autoproclamado frente antiterrorista nos quiere desplazar del centro, y en la semana siguiente otra en la que me preguntaba qué pasó con los ministros de Santos.
Al parecer, El Colombiano se ha dividido en dos bandos, uno gobiernista y otro de oposición, y ambos quieren publicar solamente lo que coincide con sus preferencias políticas. En esas condiciones, perdida la confianza, yo los dejo con sus peleas, deseándoles que ellas no causen que el periódico se vaya a pique.
Para no poner a sus colaboradores a dudar sobre las reglas de juego convendría que los periódicos hicieran más explícita su política respecto a los columnistas y la hicieran pública como lo hace Los Angeles Times, que se proclama liberal y pluralista, sin renunciar a dar línea. Ojalá tuvieran en cuenta para ello la reflexión que hace Juan Gabriel Vásquez en su último artículo en El Espectador: "La única manera de aprender a pensar por uno mismo es rodearse de quienes piensan distinto".
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