Por
Gonzalo Duque Escobar *
En mis cursos suelo reiterar que el centro histórico con su arquitectura republicana, epicentro de esas
actividades comerciales mayoristas de ayer que ahora se han trasladado a las
grandes superficies de mercado, es ese atractor urbano ubicado en la zona
comercial de la ciudad, que debe valorarse por el valor intrínseco y estado de los viejos inmuebles de su patrimonio
arquitectónico. En nuestro caso, dada la
creciente degradación del lugar donde se
materializa la historia y el espíritu manizaleño, gracias a la Fundación
Centro Histórico de Manizales ha surgido
desde la sociedad civil un proceso participativo, que propone diseñar e implementar una acción
urgente para prevenir la consecuente pérdida de nuestra arquitectura
republicana. Como punto de partida habrá que señalar, no sólo que los procesos de
urbanización a nivel global son una de
las tendencias de hoy, sino que en Colombia como país de ciudades, Manizales es una ciudad intermedia de pequeño tamaño con grandes posibilidades e
indiscutible urgencia de conurbarse, para consolidar el área metropolitana y también
la ciudad región en el Eje Cafetero, buscando
no palidecer en las siguientes décadas.
Por la profunda degradación
del centro histórico, la apacible, risueña y placentera Manizales de ayer, ha cedido paso a la
frustración de sus ciudadanos: al lugar
se le ha arrebatado la vida social a los moradores de los viejos inmuebles, al
permitirse actividades que incrementan la amenaza de pérdida del patrimonio arquitectónico en que se soporta el carácter
de esta ciudad refundada tras los incendios de los años veinte.
Al tiempo, las edificaciones y viviendas que colman la retícula ortogonal de la zona céntrica,
ahora envejecidas y con normas residenciales caducas, se van embarullando en
medio de reformas que rompen los continuos urbanos del siglo XX, para obtener
locales destinados a actividades que resquebrajan la estética citadina, conforme se arruina su decorado y pierde el
confort haciendo inhabitables las viviendas, al enfrentar a los inmuebles con
la calle convertida en un caos donde florecen actividades informales que
generan incomodidades al peatón y al residente, caso la 23 y
la19, cuando no el efecto del smog generado por las rutas del transporte público de la 20 y la 21.
No obstante, la complejidad del problema obliga a reconocer
que siempre las ciudades evolucionan, por lo que la zonificación urbana debe responder a los desafíos de cada época: cómo resolver los conflictos entre uso y aptitud del suelo,
los asuntos de la movilidad y con ellos los de la economía urbana, mejorar el decorado y resolver los espacios
sucios y malolientes, o reducir la polución del aire, si no es
recurriendo a medidas ya probadas en tantas ciudades, como una peatonalización del espacio público en la 23, acompañada de políticas sociales y económicas conducentes a generar empleos dignos y actividades
comerciales formales. Esta tarea resultado de un proceso de ordenamiento
territorial participativo, concertado y amplio del centro histórico como fragmento del centro de Manizales, puede hacer
viable en el mediano plazo un aislamiento de los vectores conflictivos, para
blindar sus atractivos al separarlos de la circulación y de peligros ambientales, con el fin de recuperarle a
cada elemento su función, convertir el conjunto en un
“paseo” y volverlo un lugar homogéneo
notable, objeto de exposición y vida cultural digna de la
ciudad.
Como complemento, habrá que potenciar las actividades
culturales del centro histórico mediante políticas de soporte a algunas actividades comerciales y de
servicios, propicias para abatir en el lugar el tema de la informalidad y
brindar una oferta calificada de opciones recreativas que llenen el tiempo de
todos los manizaleños como sus usuarios. Aún más, en la periferia más inmediata pueden promoverse procesos de renovación urbana incluyentes, abriendo espacios habitacionales con
unidades residenciales a la inmensa población
de clase media y sectores populares, que en el tema laboral absorbería el centro histórico y no histórico de la ciudad, dado que los trabajadores y empleados
urbanos -en especial los de las grandes urbes-, a menudo consideran más determinantes el precio y tiempo invertido en el
transporte entre la vivienda y el lugar de trabajo, que las pesadas condiciones
ambientales inherentes al oficio, por difíciles que sean.
*Profesor
Universidad Nacional de Colombia http://galeon.com/cts-economia [Ref.
La Patria, Manizales, 2013-04-01]
Imagen: Manizales
en metropolisgraphic.com
(adaptada).
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