Por Gonzalo Duque-Escobar *
Frente a una apuesta
desmedida por la competitividad a costa de la solidaridad como objetivo
excluyente al servicio de las élites, y por unas políticas
públicas pensadas para favorecer el
consumismo que alimenta el mercado globalizado, la receta para estos pueblos
que padecen las consecuencias, parecería exigir el desarrollo
de un pensamiento crítico, como estrategia para construir un
escenario alternativo, tal cual debería ser el de la paz con
que soñamos tantos colombianos, aunque mortifique a unos pocos privilegiados.
Con la actual crisis
de liderazgo, tras el ocaso de nuestra democracia representativa afectada por
las dinámicas de la globalización
de la economía, sumada a la crisis de valores que ha
deslegitimado las instituciones soporte de la Nación, parece inviable
encontrar las respuestas y opciones que esperan legiones de indignados y
desamparados, en una sociedad profundamente fragmentada sin afectar el statu
quo, máxime cuando el rol que cumple la clase
política tradicional se muestra más
del lado de los problemas que de las soluciones.
Basta con ver ahora
las demandas desatendidas clamando por una salud pública como derecho y
por una educación superior pública que sirva de
instrumento para la producción de ese pensamiento de vanguardia y un
conocimiento propio, en los que se fundamenten nuestra soberanía
e identidad, ya que los modelos neoliberales que han colonizado estos dos
sectores, los más vulnerables de la sociedad, se
subrayan en el primer caso por el rotundo fracaso del servicio que se ha
mercantilizado, y en el segundo por las frustraciones en el alcance de las
metas propuestas por la Misión de Ciencia y Tecnología
(1991): p.e. que las políticas de investigación
y desarrollo en el marco de la apertura económica le apuntaran a
que el sector privado en alianza con la academia, hicieran de la innovación
tecnológica la estrategia para sobrevivir, tema
desatendido cuyo resultado terminó siendo la
desindustrialización y reprimarización
de nuestra economía.
Ahora, la construcción
de ese pensamiento crítico, parece reclamar el valor estratégico
de los escenarios rurales marginados no contaminados por el mercado
globalizado, por ser espacios donde la democracia comunitaria juega un rol
fundamental, y el de los frentes de acción de la sociedad civil
donde la democracia participativa resulta efectiva, gracias al liderazgo
colectivo; porque en ambos lugares con los procesos de gobernanza como forma de
ejercer el Estado de derecho, se pueden concretar los frutos del pensamiento
propio trazando senderos viables para un desarrollo en el que se humanice la
economía y se desmercantilice el medio
ambiente. Estas prácticas políticas participativas
soportadas en el empoderamiento de los procesos de cambio son en esencia la
construcción social de un territorio de paz.
Dado que sabemos con
certeza lo que no es deseable pero sin percibir con claridad el objetivo
correcto en la solución de los conflictos, estamos urgidos de
un pensamiento alternativo que facilite los cambios estructurales que demanda
nuestra sociedad por los senderos de la democracia, para mitigar el riesgo de
alimentar las vías de hecho como estrategia cuestionable
para reclamar el bienestar general. A modo de ilustración,
veamos estas problemáticas:
En lo económico,
la brecha de productividad que concentra el ingreso en los medios urbanos, e
invita a reestructurar las políticas agropecuarias
opacas al desarrollo rural, implementando estrategias de ciencia, tecnología
y cultura. En lo social, la necesidad de priorizar la formación
de capital humano sobre el crecimiento económico, e implementar un
modelo educativo que desarrolle el talento humano y forme en valores, como políticas
estructurales para resolver el desempleo, la inequidad y la fragmentación
social. En lo ambiental, reformar la Ley colombiana y nuestras políticas
públicas que se han acoplado a los
apetitos del mercado a costa de un desarrollo sostenible, cuando les quita el
carácter de patrimonio inalienable al agua y
a la biodiversidad al definirlos como recursos; de ahí que áreas
de valor ecológico como el páramo de Santurbán
o de interés cultural como Marmato, estén
amenazadas.
Así
el camino para construir la paz que exige el ejercicio de un pensamiento crítico
para resolver la inequidad, democratizar la democracia y dignificar la
sociedad, comporta una pedagógica popular para erradicar la
discriminación social y construir una ética
biocéntrica que modere los excesos
antropocentricos.
* Profesor Universidad
Nacional de Colombia http://galeon.com/cts-economia [Ref: La Patria,
Manizales, 2013-10-28] Imagen: Masacre en Colombia de Fernando
Botero.
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