Por
Gonzalo Duque-Escobar *
Desde su
surgimiento, las ciudades han evolucionado con la sociedad que las habita: en
América, Teotihuacán, la primera gran ciudad precolombina de Mesoamérica que
surge hace dos mil años en México,
adquiere su máximo desarrollo hacia el año 500 de nuestra era, cuando supera
los 200 mil habitantes. Y en territorio Sudamericano con sus sociedades urbanas
que por siglos aparecieron en suelo peruano, a mediados del siglo XV aparece
Cuzco, la capital inca cuya trama urbana siguió las curvas de nivel para ajustarse
al relieve y respetar el curso de los ríos.
Al
desarrollarse los calendarios, y con ellos la agricultura, gracias a la división del trabajo se da el
surgimiento de los mercados, y la consecuente evolución de los medios de
comunicación. Esa sociedad que cuenta con la escritura, crea las ciudades como
escenarios aptos para establecerse, facilitando las actividades
socioeconómicas
propias de una economía compleja, soportada en actividades extractivas,
agrícolas y comerciales, tal cual lo advertimos no sólo en las ciudades mayas
con sus impresionantes monumentos de piedra y palacios de ladrillo cocido,
decoradas con pinturas murales y adornos de estuco, sino también en las incas
con sus trazados conformes con la topografía, donde establecieron sus magníficas
edificaciones construidas en bloques de piedra pulida acoplada.
Más adelante, después del
encuentro de los neolíticos del trigo y del maíz, en este continente, a lo
largo de la Colonia y durante el alba de la República, nuestras ciudades,
primero soportadas en la rígida retícula heredada del modelo castellano, con su
plaza de armas invariantemente dominada en altura por el templo cristiano,
aunque mantienen sus aires medievales, aplican las normas de Felipe II y de
Carlos III para adaptarse a las demandas ambientales, adquiriendo para el
efecto una morfología ventilada y soleada, que contempla calles estrechas en
lugares cálidos para favorecer el sombreado, o calles anchas en tierra fría
para facilitar la irradiación solar, dotando su trama urbana de variantes y
características según el poblado fuese puerto, centro minero, resguardo, o
núcleo administrativo y militar.
En Colombia seis décadas
después de la fundación de Manizales, finalizadas las guerras civiles del siglo
XIX, cuando la arriería cede paso a los vapores, cables y ferrocarriles
cafeteros, conforme se empieza a consolidar una sociedad industrial gracias a
la economía del café y a la electricidad como fuente motriz, se intensifican la
producción en los medios urbanos y la inmigración, hasta que más
adelante,
con el advenimiento del automóvil crece la ciudad, para terminar concediéndole
paso al transporte motorizado y a la jungla de concreto, dos hechos que sí en
conjunto ocasionan un nuevo modelo de ocupación del territorio periurbano, muestran la
expansión en superficie y en altura de las ciudades, y otros paisajes que se
corresponden con una estructura urbana social y espacialmente fraccionada,
donde contrastan el centro urbano, los lujosos sectores residenciales y las barriadas
para la clase obrera.
Pero hoy cuando declina
la sociedad industrial, conforme surge la del conocimiento, estas ciudades y
particularmente la nuestra, tienen que enfrentar profundos desafíos para
resolver un modelo urbano conflictivo, relacionados con las presiones
demográficas asociadas a desplazamientos y a dinámicas poblacionales generadas
por la brecha de productividad entre ciudad y campo, con la fragmentación
socioespacial del hábitat, con la contaminación ambiental del medio urbano y
rururbano, con una movilidad soportada en el uso desenfrenado del automóvil,
con la expansión incontrolada de la frontera urbana, con los riesgos
geodinámicos causados por los eventos extremos propios del cambio climático, y con las falencias de
la infraestructura de conectividad requerida para la integración regional,
subregional y urbana.
Bajo dichos presupuestos,
para lograr un medio transformado sustentable, el rumbo a seguir debería ser
hacia una ciudad inteligente, educada e institucionalmente robusta, cuyos ciudadanos
virtuosos y participativos configuren un tejido social sólido; una ciudad no
energívora ni consumista, con un hábitat humano, verde y digno, dotada de una
movilidad eficiente soportada en medios autónomos y de transporte público
colectivo, que sea incluyente en su oferta de opciones de vida, e incorpore la
ciencia, la tecnología y la cultura; una ciudad con identidad propia y con
perspectiva de género, pensada para los niños y los ancianos, y donde todos
vivamos felices.
* Profesor Universidad Nacional
de Colombia http://galeon.com/cts-economia [Ref.: La Patria.
Manizales, 214.09.29] Imagen: Machu Picchu por Martin St-Amant (2009), en http://es.wikipedia.org/
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