viernes, 19 de febrero de 2010

De pronto muere el periódico

Por Oscar Domínguez G.

Recordémoslo en el escueto febrero, mes en el que los periodistas nos damos coba: cuando nace un nuevo medio enseguida se decreta la muerte de los existentes. ¿Cuántos responsos no se han entonado a la muerte del periódico?

En el principio fue el verbo, o sea, el voz a voz que fue el primer diario gratuito que circuló. In illo témpore, el mundo era tan elemental e ingenuo que Dios era a la vez Dios, periódico, todo.

Hacía múltiples destinos por el mismo sueldo. Como sucede con quienes muelen multimedia. Si deseaba comunicar algo, tiraba línea camuflado detrás de una nube.

Por ese sistema que no exgía rotativa, el de arriba le notificó a Adán que tendría mujer por deliciosa cárcel perpetua. La creó de una prosaica costilla aunque los hombres tenemos mejores presas. Pero no entraré en discusiones. Mejor escojo “enemigos” más pequeños.

Después vinieron la telepatía y su pariente remoto, el eco. La telepatía es un simple fax mental de ida y regreso. Y pare de contar. Está ahí, para acabar de inventar. Como los celulares. O el hombre.

Con la telepatía y el eco medio mundo pensó que se acabarían Dios, el voz a voz, las nubes. Falso positivo. Todavía el eco funciona como medio de comunicación. Es la Internet de los campesinos. Tiene el viento por rotativa.

El mensaje vía eco llega editado de una vez. No precisa editor. Este periódico de tres letras no admite paja. La verborrea es exclusiva de los mortales. Cuando fallaba el eco porque “se bajó el sistema”, aparecían las señales de humo, el “diario” que impactó a Colón y demás hambrientos viajeros.

El sueño tuvo su época de vacas gordas. En sueños, Moisés sabía lo que tenía que hacer para conducir a sus díscolos circuncidados. El colega-arcángel Gabriel le ordenó en sueños al carpintero José que se abriera del parche porque venía Herodes con una rama. Los ángeles han sido siempre el eslabón perdido entre Dios y el hombre de a pie.

Para no aburrirse, el hombre inventó el alfabeto. Más tarde, vino su carnal la imprenta.

Caminando rápido llegamos a la instantánea radio. Mínimo, se pensó que todo lo creado hasta entonces, iría a parar al olvido. Y cuando irrumpió la televisión, los días de la radio dizque estaban contados. Negativo al cien.

Desde hace poco, relativamente, doña Internet, con sus redes sociales, tiene en jaque a la prensa. Los ventrílocuos de desastres prevén que donde hay periódicos mañana habrá iglesias, guarderías, hipermercados, peluquerías, universidades.

“Los muertos que vos matáis…”. Simplemente, se han repartido las cargas. Las noches son del gato, del misterio y de la televisión. Las mañanas de la radio. Internet, el celular, el blackberry - y los periódicos - son de todas las horas. Para todos hay. El meollo del asunto está en reinventarse, como sugieren los obvios textos de autoayuda.

Nada más desolador que un día sin periódico que nos permite ver, oír, oler, (Internet no huele a nada) gustar y palpar lo que sucede. Con el diario uno puede meterse el mundo debajo del sobaco. O envolver aguacates para el rito gastronómico meridiano. Con el computador, así padezca “anorexia plásmica”, no se pueden cumplir esas liturgias.

La gente nace o muere de verdad cuando lo dice el periódico que está condenado a la cadena perpetua de la eternidad. Como sus antepasados el eco y el sueño. “Mientras haya mujeres, habrá poesía”. Y periódicos. No acepto la muerte del diario.

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