Por Oscar Domínguez G.
El signo de la cruz que nos pone el cura el miércoles de ceniza es un epitafio que nos recuerda que somos fugaces como el periódico de ayer.
Nos recuerda también que hoy somos y mañana no aparecemos ni en el pasa del diario.
El “memento, homo” (acordáte, pues, hombre) que recita el sacerdote frente a esa pared de carne y hueso llamada frente, es la notificación anual de que la vida es apenas un segundo en el reloj de pared del universo.
Somos kleenex desechables en las manos del tiempo.
“Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero”, cantó Santa Teresa, en esos boleros sin guitarra que son sus poemas de amor a Dios.
Y las “Coplas a la muerte de mi padre”, de Manrique, tienen la equivalencia del miércoles de ceniza cuando nos recuerdan “cómo se viene la muerte tan callando”.
Los antiguos laureanistas sólo se acuestan después de recitar esta oración: “Somos una brizna en las manos de Dios”.
La usan como una especie de conjuro para ahuyentar la pelona, uno de los tantos nombres de la muerte.
Antes la gente se aplicaba más la ceniza que nos invita a bajarnos de la nube de nuestra vanidad, a no enfermarnos nunca de importancia.
El Miércoles de ceniza nos la pasamos sacando disculpas para escurrirle el bulto a ese momento en que el cura se convierte en Botero de brocha frágil y nos dibuja el famoso y certero epitafio: el signo más. Para uno menos.
Quienes se hacen cremar se están anticipando a aquello de que “polvo eres y en polvo te has de convertir”.
Del célebre poeta “Caratejo” Vélez, de Titiribí, es la siguiente décima sobre el miércoles de ceniza:
Te vi una cruz en la frente
Hoy Miércoles de Ceniza
Y me causó mucha risa,
Pues me acordé de repente
De aquel cura inteligente
Que con ademán sereno
Y un poquito de veneno,
Con una gran alegría
Al ponértela decía:
Eres polvo, ¡pero, ah bueno!
viernes, 19 de febrero de 2010
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