Gonzalo Duque Escobar
La indignación manizaleña invita a hacer de la crisis del agua un símbolo por la dignidad humana y el respeto por el medio ambiente.
Cuando llegan las elecciones y con ellas la oportunidad de fortalecer la democracia, cómo no recuperar la dignidad y el prestigio de la Ciudad que amamos, en vez de cederle a terceros el derecho de legitimar en el poder a quienes creemos menos aptos para representarnos por cualquier condición o circunstancia. Cuando decenas de miles de habitantes pobres e indigentes suelen ser víctimas de un quehacer político perverso, cuyas prácticas y decisiones los condenan a la pobreza y la injusticia al rotularlos con el sello de la inequidad y la exclusión, y al ofrecerles migajas para conculcar sus conciencias en su propio beneficio, el resto de ciudadanos que no queremos ser cómplices pasivos de semejante desgracia, moralmente tenemos que ser causa y factor de cambio actuando en el más sublime momento de la democracia, al participar con el voto libre y razonado para ejercer el derecho a elegir a nuestros dirigentes, o a cobrarles con la revocatoria del cargo cuando no cumplan el mandato.
Es que los ciudadanos en ejercicio de la soberanía popular, salvo los integrantes de la fuerza pública, estamos facultados no solo para el plebiscito, el referendo, la consulta popular, el cabildo abierto, la iniciativa legislativa y la revocatoria del mandato, sino también para otorgarle con el voto mayoritario la investidura a quien tenga el honor de representar los intereses generales. Igualmente, lo estamos para votar o no votar, dado que el voto antes que un derecho político es un deber cívico, razón por la cual su obligatoriedad no parece conveniente al mancillar la legitimidad que se le otorgaría al gobernante, así se acepte que la abstención consciente puede ser una manera pacífica de expresarse, puesto que esta práctica no pude serlo a costa del deber de mantener la democracia. De ahí que el voto sea universal, libre y secreto, y por lo tanto que el derecho a ejercerlo no pueda ser limitado por razones étnicas, de género, de credo, de militancia política, o por factores socioeconómicos o de nivel educativo.
En virtud de lo anterior, se hace esta invitación dirigida a todos los manizaleños, pero en especial a quienes aman y buscan el triunfo de la ciudad y quienes por ella están prestos a defenderla en los álgidos momentos de sus derrotas, desgracias y penurias, porque en ellos sus lamentos nunca encontrarán oídos sordos y también porque soportan el sistema de control y veeduría que emana de un compromiso con ella inspirado en la evocación cívica, la que invita a vestirla de luces en la mañana y a cubrirla de arreboles en la tarde. No de otra manera, legiones de desposeídos arrinconados entre la informalidad y la delincuencia, mañana tendrán pan, tendrán vida y tendrán paz, sino que los más pobres entre los pobres, tendrán la necesidad de empeñar su conciencia ahora para obligarse mañana por cuenta de los corruptos a cosechar entre los residuos urbanos la comida para sus hijos y a refugiarlos en las múltiples texturas de un medio citadino, social y ambientalmente degradado.
A votar todos para que la libertad del voto no sea menguada por amenazas, intimidaciones y sutiles formas de presión, ni violentada la democracia por quienes trafican con la miseria humana tras fines electoreros, para alcanzar los beneficios personales derivados de la corrupción en la contratación y ejecución del erario público; hagámoslo para que pueda cambiar la suerte con el voto, puesto que la abstención perpetúa las graves consecuencias de esos procedimientos legalmente correctos pero éticamente censurables. Aún más, que el ejercicio electoral doblegue la abstención para derrotar la corrupción, y con ella a esa legión de hipócritas aduladores que en nombre de la pasiva intelectualidad condicionan y ejercen la conciencia ciudadana.
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Imagen en: telegraph.co.uk
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