miércoles, 5 de agosto de 2015

La ganga de la guerra

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Vladdo
 

Vladdo


No percibimos en su magnitud el costo de la guerra porque llevamos décadas pagándolo; porque hace parte de nuestra canasta familiar, como el pan o la leche.
 Algunos no quieren la paz a cualquier costo porque la guerra les parece una ganga. Y razón no les falta; al fin y al cabo, ellos no son los desplazados, sus hijos no son los mutilados por las minas antipersonas, sus viviendas no son arrasadas por los tatucos de la guerrilla, ni sus fincas son convertidas en campamentos de combatientes.

No cabe duda de que es muy fácil justificar la guerra desde la comodidad de una silla en el Capitolio o recitar teorías sobre la seguridad cuando se tienen 300 escoltas. Así cualquiera. Resulta muy cómodo escribir en Twitter o gritar desde las curules del Congreso abogando por la prolongación de una guerra estéril que solo deja muerte y desolación; que no se ha podido ganar en 50 años y que podría durar varias décadas más.

Sin embargo, los nuevos eventos, lo que está pasando en La Habana y la posibilidad tangible de llegar a un final de hostilidades con las Farc, plantean unos retos no solo para aquellos que pregonan la “paz sin impunidad”, sino para quienes hemos sido partidarios de una solución negociada a este flagelo de violencia que hace tanto tiempo nos carcome.

Es verdad que la paz no nos va a resultar barata, pues salir de semejante encrucijada exige profundos cambios en una sociedad como la nuestra, casi habituada a la violencia; pero no es menos cierto que la guerra nos ha salido muy cara en términos de vidas aniquiladas y colombianos heridos; de familias destruidas y comunidades desperdigadas; de desvío de recursos que podrían utilizarse en salud o en educación; de disminución de la productividad del país y pérdida de oportunidades para los jóvenes; de destrucción del medioambiente y abandono del campo; etcétera. En este medio siglo hemos incurrido en un alto costo que quizás no percibimos en su verdadera magnitud, porque llevamos décadas pagándolo, porque desde que nacimos ha hecho parte de nuestra canasta familiar; como el pan o la leche.

Y aunque la firma de la paz puede ser una luz al final del túnel, tenemos que empezar a entender que a todos nos va a costar, no solo en plata, sino en otro tipo de aportes, como tolerancia, aceptación de la diferencia o entendimiento con esos colombianos que han vivido de, por y para la guerra, y que pronto van a necesitar una segunda oportunidad.
Independientemente de las responsabilidades penales de los guerrilleros desmovilizados, tenemos que ver hasta dónde estamos dispuestos a ceder para que la reconciliación sea efectiva. Es impensable pretender que los excombatientes de las Farc regresen a la sociedad para irse a un lugar “donde no fastidien a nadie”.

En este sentido, no es un buen síntoma el escozor que ha causado en algunos círculos la propuesta del senador Antonio Navarro de adelantar una reforma política que les permita a las Farc participar en política. Y así como muchos se erizan solo al imaginar a un ‘Iván Márquez’ en el Congreso, otros se indignarán al encontrarse algún desmovilizado en una gobernación, o como vecino de mesa en un restaurante, o trabajando en nuestra empresa.

La plata no lo es todo y nada ganan el Gobierno ni las fundaciones ni los empresarios ni los países amigos del proceso invirtiendo cuantiosas sumas de dinero en el postconflicto si yo, tú, él, nosotros y todos no estamos dispuestos a cambiar el chip. Por ahí no es la cosa.

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Colofón: muchos funcionarios y figuras públicas envidian los índices de aceptación que registra María Ángela Holguín en las encuestas y que son reflejo de la buena labor que han adelantado la Ministra de Relaciones Exteriores y su equipo, en un cargo lleno de ‘chicharrones’. La Canciller ha demostrado que con una adecuada mezcla de discreción y de firmeza la diplomacia también puede ser efectiva.

@Vladdo

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