miércoles, 5 de agosto de 2015

Hace 60 años se ordenó la clausura de EL TIEMPO

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El diario sufrió en la dictadura del general Rojas Pinilla. El 3 de agosto de 1955 fue militarizado.
Por: DANIEL VALERO | 10:42 p.m. | 4 de agosto de 2015
Foto: Archivo/ El Tiempo
Roberto García-Peña, director de EL TIEMPO, estaba en su oficina cuando se ordenó, el 3 de agosto de 1955, clausurar el periódico.



El lunes se cumplieron 60 años desde que EL TIEMPO fue el protagonista de uno de los días más oscuros de la historia del periodismo colombiano.
El 3 de agosto de 1955 –por cumplir cabalmente con el baluarte principal de este oficio, que es defender la verdad por encima de intereses particulares, políticos, económicos o institucionales–, fue víctima del autoritarismo del gobierno de turno, y su impresión y circulación fueron clausuradas.


Hace 60 años, cuando se vivía un momento de efervescencia y crispación política, el general Gustavo Rojas Pinilla emitió un decreto presidencial para cerrar EL TIEMPO por su postura crítica ante una administración que la historia reconoce como la única dictadura militar que ha sufrido este país.
Rojas, quien estuvo en el poder desde el 13 de junio de 1953 hasta el 10 de mayo de 1957, nunca vio con buenos ojos los editoriales críticos del periódico y muchas veces intentó vetar su publicación, pero –no obstante– hasta ese 3 de agosto del 55 no había tomado decisiones tan drásticas como la clausura del medio de comunicación más influyente.
Lo que motivó semejante decisión, amparada en el Decreto 036 de 1955, fue la negativa del director de la época, Roberto García-Peña, a publicar una rectificación escrita y remitida por el régimen frente a una información referente a la muerte de un periodista en el Eje Cafetero.
Lo que sucedió fue que García-Peña denunció que el periodista liberal Emilio Correa Uribe, de El Diario, de Pereira, y su hijo Carlos, fueron asesinados como consecuencia de la violencia política que el régimen de Rojas –de alguna manera– se negaba a admitir que existía en el país. Lo que se indicó es que los responsables habrían sido los ‘Pájaros’, grupo ilegal de extracción conservadora.
Esto fue ratificado en un telegrama que el director de EL TIEMPO le envió a su homólogo del El Comercio, de Quito (Ecuador), Jorge Mantilla, en el cual se aclaraba que la versión oficial –dada por Rojas en una visita a ese país– no era cierta y que así lo demostraba la evidencia.
Lo que había dicho el General en la nación vecina era que el periodista Correa y su hijo fallecieron víctimas de un accidente de tránsito, y, de hecho, se fue lanza en ristre contra la prensa liberal colombiana por no acoger su tesis.
Rojas decía en todos los escenarios que la declaración de García-Peña –que tuvo una amplia difusión y un fuerte impacto en la opinión– era una muestra del aprovechamiento político que se le quería dar desde las páginas de un diario liberal a la muerte de un reconocido comunicador de la época.
Tal fue la ira del régimen militar frente a las posturas del periódico que ordenó escribir una rectificación en la que se admitía la versión oficial y se reconocía un error, la cual –según se le notificó a EL TIEMPO– tenía que publicarse en primera plana por 30 días y a nombre del diario, sin informar que era una corrección enviada por el Gobierno.
Las directivas del diario, haciendo gala de su defensa de la verdad y de su convicción en la lucha por la libertad de expresión, por supuesto, se negaron a publicar semejante petición del Ejecutivo del momento. Se ratificaron en sus posturas y así se lo notificaron a través de las páginas del periódico a sus lectores y contradictores.
Esta postura, que no cayó nada bien en el Gobierno, desembocó en la militarización de la sede de EL TIEMPO en la noche del 3 de agosto de 1955. Lo que se buscó con la toma por parte de los uniformados de las instalaciones del diario fue presionar la publicación de la rectificación que exigía Rojas, pero como eso no sucedió, se ordenó la inmediata clausura del medio de comunicación.
Lucio Pabón, ministro de Gobierno en aquella época, le comunicó al país que desde el 4 de agosto de 1955 EL TIEMPO dejaba de circular porque se negó a admitir que –a juicio del régimen– había agraviado “injustamente” al gobierno de Rojas por su versión sobre la muerte del periodista de El Diario, de Pereira, y de su hijo.
El General, incluso, se jactó días después de haber cerrado un diario liberal al que calificaba de creerse un ‘superestado’.
“A partir del 4 de agosto de 1955, el país ha quedado notificado de que el Jefe del Estado está en el palacio de los presidentes y no en la redacción de ningún diario”, fue parte del mensaje con el que celebró su acción en contra de la libertad de prensa.
Claro que el expresidente Eduardo Santos, dueño en ese entonces del diario, no se quedó quieto ante la censura y decidió darle vida a EL TIEMPO Casa Editorial para mantener el equipo humano y la maquinaria con la que se producía el periódico.
Más allá de las movidas empresariales, Santos decidió poner a circular Intermedio, un periódico que conservó la misma fuente de letra del logotipo de EL TIEMPO y cuyo nombre se escogió a propósito para hacer entender que todo hacía parte de una situación temporal mientras caía Rojas Pinilla.


‘Intermedio’, con la dirección de ‘Calibán’, circuló desde febrero de 1956.


Intermedio –con la dirección de Enrique Santos ‘Calibán’– comenzó a circular el 21 de febrero de 1956, y algunos lo llamaban el ‘Tiempito’, porque era más reducido que el diario original pero se sabía cuál era la procedencia y motivación de su publicación.
Un momento crítico
Los momentos previos a la clausura de EL TIEMPO no fueron nada fáciles para la prensa, ya que desde el Gobierno se intentó a toda costa censurar las posturas críticas que encontraban espacio en los medios de comunicación de la época, entre ellos –por supuesto– este periódico.
Como en toda dictadura, los editoriales, los espacios informativos y la caricatura eran los mecanismos que se utilizaban para pedir por el restablecimiento de la democracia.
De la época, por ejemplo, se recuerdan los trazos críticos, entre muchos otros, de Aldor, Chapete y Rendón, que no cesaron en denunciar la censura con la que se quiso callar a la prensa liberal y conservadora de la época. De hecho, El Espectador también fue víctima de los ataques del régimen de Rojas Pinilla contra la libertad de expresión.
El General, según varios historiadores, abusando del poder, extremó la censura al emitir varios decretos sobre injuria y calumnia y reglamentar la difusión de información.
La tesis del régimen era que desde la prensa, al no comulgar con las posturas oficiales, se ejercía una “dictadura nociva”. Rojas Pinilla, además, rechazaba que se denunciara la difícil situación de orden público en varias regiones del país y el fracaso de las promesas de pacificación que, con la premisa de un “golpe de opinión”, lo habían llevado al poder. Se quería erigir como el único vocero de la opinión pública.
Rojas Pinilla, finalmente, cayó el 10 de mayo de 1957 y fue reemplazado por una junta militar que se designó para retornar a la democracia. Desde ese día, muchas voces pidieron el regreso inmediato de EL TIEMPO, pero las directivas de la Casa Editorial explicaban que se estaba a la espera del regreso de Eduardo Santos desde París (Francia).
El 7 de junio de 1957, casi un mes después de la caída del General, circuló el último número de Intermedio, que, como se dijo en el editorial de ese día, se atrevió a enfrentar desde sus páginas la “tremenda maquinaria opresora de la dictadura”.
Al día siguiente, el sábado 8 de junio de 1957, volvió a circular EL TIEMPO tras casi dos años de haber sido clausurado. Las 24 páginas con las que regresó a las calles tuvieron un costo de 15 centavos.
Esto marcó, sin duda, el cierre de una de las épocas más oscuras para la prensa colombiana, pues –no sin librar una ardua batalla por la libertad de expresión– regresó a las calles uno de sus principales íconos. Colombia retornó al camino del periodismo libre y de la democracia.


Con esta portada, del 8 de junio de 1957, EL TIEMPO volvió a circular en Colombia.


El editorial antes del cierre
Este editorial –titulado ‘Responsable y respetable’– lo publicó EL TIEMPO el 3 de agosto de 1955, el día en que fue clausurado (en la noche) por orden del general Rojas Pinilla:
Orgullosamente puedo proclamar a la prensa colombiana su responsabilidad y su respetabilidad. A todo lo largo de la historia las ha tenido. Desde los días heroicos de La Bagatela, de don Antonio Nariño, hasta estos de hoy, los periódicos y los periodistas colombianos fueron siempre honestos, desinteresados, generosos, leales a sus ideas, hidalgos. Hay, claro está, como en todo grupo humano, excepciones que no hacen sino confirmar la regla. Hay quienes, prevalidos de ciertas situaciones, olvidan algunos de sus deberes de caballerosidad; pero eso no le resta a la prensa colombiana título ninguno al respeto y al afecto del país.
En el orden de la cultura, el periodismo nacional representa una de las expresiones más nobles y altas. Las grandes figuras de la inteligencia patria han pasado por el periodismo y dejado allí su huella ilustre. Muchos de nuestros presidentes fueron grandes periodistas, lo mismo en el siglo XIX que en el siglo XX. Se llamaron Manuel Murillo Toro, Santiago Pérez, Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro, Carlos E. Restrepo, Marco Fidel Suárez, Enrique Olaya Herrera, o se llaman Eduardo Santos, Laureano Gómez, Alfonso López, Alberto Lleras.
Jamás periódico alguno sirvió causas de infamia. Jamás ninguno traficó con la honra de las personas, ni fue obstáculo a intereses de la patria. Todo lo contrario: así los grandes como los modestos siempre estuvieron iluminados y orientados por un común fervor de servicio. ¿Que fueron beligerantes y acaso violentos en la defensa de los principios? Es posible. Pero nadie sería osado de decir que el periodismo colombiano no ha sido una de las grandes fuerzas creadoras de la nacionalidad y uno de los motivos de justifi- cado orgullo de Colombia en el concierto de los pueblos.
Porque ello es así, la prensa del mundo, especialmente la de la América Latina, no vacila en hacer público reconocimiento de los valores que representan en el orden espiritual los periódicos colombianos. Así lo proclaman cada vez que es justo y oportuno rendir gallardo tributo a lo que representa y significa nuestro periodismo nacional.
El país sabe que esto es verdad, y, porque lo sabe, tiene tan entrañable identidad con sus periódicos. Tan honda vinculación intelectual y moral. Los conoce honorables; los sabe respetables: es tan cierto de que ninguno de ellos mancharía la limpia tradición de que se enorgullecen, en campañas que no fueran de auténtica y austera trascendencia patriótica. Porque sin renunciar a su lealtad ideológica, los periódicos ponen siempre –ahora y antes– el interés público por encima de cualquier pequeño interés egoísta. Decir lo contrario es desconocer la historia misma de la república.
Quienes hemos abrazado esta profesión, no siempre grata por cierto, del periodismo, vivimos honrados de servirla, y todos los sinsabores y adversidades que pueda ocasionarnos se ven compen- sados con la certidumbre de su nobilísima misión, de su dignidad irrevocable, de la grandeza moral que anima a quienes a ella consagran su inteligencia y su corazón.
DANIEL VALERO
Redacción Política
@DanielValeroR

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